Hace cuarenta días la conmoción de lo sucedido en Gral. Rodríguez nos arrojaba a la perplejidad.
Por los medios nos enterábamos de la muerte de Mario Daniel Elizalde, socio del centro vasco local y asiduo concurrente a las semanas nacionales de la comunidad.
Mario murió abatido por la policía tras tirotearse en la puerta de la casa de su suegra, a donde se había dirigido, armado, a asesinar a su esposa.
Un compañero de ruta abertzale lo despedía con un homenaje y se refería a su fallecimiento sucedido “en una penosa circunstancia que nos llena de tristeza y dolor”.
La muerte de Mario nos llenó, efectivamente, de tristeza y de dolor. También de consternación, de espanto e indignación ante la tragedia, el sinsentido, lo inefable de tanta muerte.
La penosa circunstancia que llevó a Mario a su propia muerte fue el asesinato de Silvia, su compañera y madre de sus hijos, y de Marta, su suegra.
Y la “penosa circunstancia”, estimado César, tiene nombre. La penosa circunstancia hay que nombrarla con todas las letras. Ni rapto de locura ni “crimen pasional”.
La penosa circunstancia se llama femicidio, se llama violencia de género, se llama violencia hacia las mujeres.
El femicidio no es un problema de la pareja. Es un delito y un grave problema social que no depende del contexto económico ni cultural.
En nuestro país la violencia de género les ha costado la vida a 208 mujeres en el año 2008 y a 231 en el 2009, cifra que se ha incrementado en un escalofriante 30% en lo que va del año 2010. En un muy alto porcentaje, en manos de sus maridos, compañeros o ex compañeros.
Esta vez el femicidio tuvo lugar en el seno de la comunidad vasca de argentina, a la que pertenezco, y a la que, no me caben dudas, no le atañen solamente el folklore y la gastronomía.
Conocí a Silvia y Mario hace más de diez años, cuando se fundaba el centro vasco rodriguense. Mario fue uno de mis alumnos de euskera. Juntos integramos también la comisión directiva del centro vasco. Compartimos clases, charlas, proyectos, reuniones.
Compartí con Silvia y Mario amistades, mates y cenas, alegrías y tristezas.
Silvia, lo supimos luego, había denunciado la violencia en dos oportunidades.
En honor a nuestra relación con Silvia y Mario nos debemos, como mínimo, hablar claro.
Y lo que está absolutamente claro es quiénes fueron las victimas. Las victimas tienen nombre y apellido: Silvia Moraña y Marta Peñalba. Pero ante cada femicidio hay, además, hijos, hijas, madres, padres, hermanos, hermanas, tíos, tías, abuelos, abuelas, primos, primas, familiares, amigas y amigos que sufren y padecen las consecuencias de lo irreparable.
Esta vez nos ha tocado cerca.
Esta vez me ha tocado de cerca, muy de cerca.
Y duele.
Pero el dolor no nos puede callar, no nos debe callar.
Silenciar lo sucedido es agravar la tragedia.
Es jugar a no a conocerlos.
Soslayar la circunstancia es cobardía.
Es el no te metas.
Es naturalizar la violencia.
Es volver a matar a Silvia y a Marta.
Es decirle a esos hijos y esa hija de Silvia y Mario que de eso no se habla.
Es no hacer nada para evitar que vuelva a pasar.
Goian bego Marta
Goian bego Silvia
Irene López de Vicuña
Coordinadora Vasco Argentina
Solidaridad con Euskal Herria
Buenos Aires, 25 de noviembre de 2010.